El hombre se cruzó con la furgoneta de reparaciones camino de la oficina, al igual que otros muchos viernes. Estos técnicos, especializados en poner remedio a lo que deja de funcionar en las viviendas, solían acudir a su casa avisados por su mujer con encargos concretos, cualquier pequeño detalle: recomponer un grifo que gotea, o enmendar una puerta chirriante, bajo el concepto de trabajos de mantenimiento, como luego figuraba en la factura.
Él, poco habilidoso a nivel doméstico, prolongaba su jornada laboral ese día de la semana con alguna empleada, nuevas amigas, o acompañantes profesionales. Elegía un hotel discreto, preparado para citas clandestinas, convencido de que su mujer, cuando regresara, no iba a hacerle preguntas. Siempre la encontraba dormida, sonriente y satisfecha, con las carencias subsanadas por algún operario.