Se acercó al piano sigilosamente. No quiso encender la luz. Estaba en modo suicida. Como los amantes que besan sin miedo a las consecuencias.
Entró en la habitación besando el suelo, como preludio, y una vez que tuvo el piano de cara se inclinó haciendo de su cadera muelle y lo abrazo. Extendió sus brazos todo su largo sobre la cola y se escuchó el golpe de la pelvis sobre las blancas a lo Rachmaninov. Luego el silencio.
Aspira y huele la madera, la palma absorbiendo el tacto. El calor de la piel.
La sueña el abrazo.