Ya no sé ni cuántas veces al día me habré preguntado cuándo una utopía deja de serlo. Quizás todo fuera tan fácil como dejarse llevar por el romanticismo de la literatura y mecerse en el limbo conformista de que un simple beso puede ser el final perfecto para una historia de amor. Ahí es donde nace el cinismo de los escritores: poniendo el último punto a algo que apenas supone un comienzo. Me niego a dejar que este cuento acabe así. Menos mal que tengo su número de teléfono. Voy a llamarle.