Camino por la calle por la que tantas veces fui sonriendo. Porque tocaría tu puerta y tú saldrías sonriente y me darías un abrazo apretado. Muy tuyo, muy nuestro. Y ahí voy.
Pero está vez la soledad que va junto a mí me pone serio, solemne y un poco torpe. Voy ensayando cómo diré que me voy. Que ya no puedo más. Que lo mejor es soltar. Y las palabras no me salen. Y miro al cielo y trato de pensar que a lo mejor tú ya sabes lo que quiero. Y que eso es lo mismo que quieres tú.
Y que te anticiparás a mí y me dirás: no pasa nada, lo entiendo.
Pero claro, eso sólo ocurre en las películas. Nosotros no estamos actuando. Es nuestra vida, nuestro amor. Y se cae a pedazos.
¿Y si regreso y le llamo desde casa? ¿Y si le pongo un texto?
¿Qué clase de mundo cobarde es este que nos moldea? Que ya no queremos dar la cara.
Voy. Toco. Y delante de ti después de un café amargo, saco todo. Lloras, lloro, lloramos.
Adiós. Fuimos felices. Ahora seamos maduros.