Aquella noche le fue imposible encontrar a alguien de confianza que cuidara a sus hijos mientras ella fingía divertirse en la cena de Navidad de la empresa. Esa fue la razón por la que dejó sola a su hija mayor a cargo de su hermano diez años menor. Cuando logró zafarse de sus compañeros, aprovechó para llamarla y calmar su conciencia:
—¿Qué tal? ¿Cómo se está portando tu hermano?
—Todo bien, mamá. No te preocupes. Estoy en el salón viendo una serie y él está en su cuarto sin dar un ruido.
—¿Por qué no te acercas a ver cómo está?
—¡Voy! Espera… Está bien. Está jugando con los juguetes con su nuevo amigo invisible.
— ¿Amigo invisible?
—Sí, ya sabes. Popi dice que se llama.
—¡Dios mío! ¡Coge a tu hermano y salid de casa enseguida!
—Mamá, son cosas de niños.
—¡Popi era tu amigo invisible cuando eras pequeña!